Borges y no yo
En 1976 Jorge Luis Borges visitó la universidad de Indiana, en el pueblo colegial de Bloomington. Alguien recordó aquel texto suyo, mezcla terrible de ironía y compasión, "Las Tres Versiones de Judas". La respuesta de Borges a sus 78 años fue: "I can't remember that story. I wrote it and have utterly forgotten it." En el placer de esa confesión Borges encontraba un reposo.
Olvidamos, nos perdemos. Borges miraba esa pérdida como una salvación, un rescate del Borges acosado por la vida y el fastidio de artificios y pesadillas. La literatura que atesora nuestra huella sobre las páginas tenía para él la ambivalente fascinación del horror. Borges vio repetidas veces el film Psycho pero sabía el momento de cerrar los ojos para no ver a la madre muerta. Fascinación y rechazo, como el oficio de escritor de un Borges que no quería tener los libros propios en su hogar.
Catorce años después yo estoy en Bloomington, leyendo estos recuentos. Hace unos días traté en balde de probar cierto teorema. Ya conjeturaba que el teorema era falso, cuando encontré en mis notas una prueba exhaustiva que yo había descubierto hacia un año. Al releer las notas, aquel Raymundo en sombras me convenció de algo que él sabía, y yo no. Y el conocimiento de que hay días, años de mi vida fuera de mi alcance, periodos sin huella, me llenó de pavor. El pavor de perderse, el temor infantil a ser extraviado, a que los padres nos abandonen en las afueras de la ciudad, como abandonamos a un perro.
En contraste, el horror de Borges era el reconocimiento representado en los tres espejos de cuerpo entero que tenía en su habitación infantil. La madera oscura daba un barniz de ceniza al azogue, mientras Borges se reconocía a medias, se espantaba de sí mismo entreverado en la larga noche argentina.
Borges y no yo. Ambos crecimos en la curiosidad con signos contrapuestos. Borges hablaba entusiasmado de Japón, donde cada día algo nuevo ocurría, donde su vida bonaerense se olvidaba. Pero mis viajes son reencuentro, cita secreta. Borges es Burton, yo soy Odiseo. A él la personalidad le pesa y yo suspiro su carencia. Él esperaba la muerte como salvación, yo una vida profunda en su inútil amor de la eternidad. Mientras yo me encuentro en el tiempo que me pierde, Borges se perdía en ese tiempo implacable que cada mañana lo forzaba al encuentro de sí mismo.