¿Para quién la lógica?
Raymundo Morado
Cuaderno del Seminario de Pedagogía Universitaria, UNAM, 2005.[1]
Me gustaría empezar esta charla proponiendo un símil: la lógica nutre nuestra mente como las vitaminas y el ejercicio nutren nuestro cuerpo. Esta manera de acercarnos a la lógica es fructífera. La lógica no es solamente una teoría abstracta y enrarecida, sino también una ciencia aplicable que arroja técnicas útiles para la vida diaria. Igual que pasa con el uso de vitaminas y el ejercicio, hay diferentes niveles de la lógica que permiten aprovecharla para diferentes objetivos.
Estudiar lógica es como tomar vitaminas para la mente. El ejercicio intelectual requiere entrenamiento y planificación, requiere que sepamos qué herramientas están disponibles, cuál es nuestro estado actual, cuántas vitaminas y ejercicios necesitamos y para qué. En este trabajo no analizaré en qué condición lógica está cada uno, pero mencionaré algunas técnicas para mejorar nuestra condición, tratando de explicar para qué pueden servir. El objetivo es tomar control de nuestra vida intelectual, para disfrutarla más intensa y plenamente. La pereza y la mala alimentación intelectual pueden ser muy sabrosas a corto plazo pero son malas apuestas para vivir confortable y provechosamente a largo plazo. El estudio bien dirigido de la lógica nos dará mayores posibilidades de ser felices mientras que la falta de entrenamiento o el mal entrenamiento pueden incluso estropear nuestros talentos naturales.
La vitaminas que tomamos en nuestros alimentos son generalmente suficientes. Pero una nadadora olímpica tiene necesidades especiales. Sin ellas su rendimiento será deficiente. Y es bueno saber nadar. Es divertido y puede a veces salvarnos. Por ello es útil saber qué tipos de natación existen y para qué sirve cada tipo. No cualquier tipo de nado es adecuado cuando queremos rescatar a un hijo que se ahoga. Nuestra instructora de natación nos dirá qué tanto ya podemos nadar y qué tanto más necesitamos para nadar en un río, en mar abierto o para cruzar el Canal de la Mancha. Similarmente es útil saber qué lógicas hay, para qué sirven y en qué se podrían aplicar, cuánta lógica tengo y cuánta necesito. No basta saber cuáles vitaminas consumimos y para qué sirve cada una. Necesitamos saber cuánto necesitamos de cada una en nuestra situación concreta. Sin esta información no podemos saber si estamos tomando lo suficiente.
La lógica es, como la medicina deportiva, una ciencia que también es un arte, una disciplina teórica que tiene importantes aplicaciones. En tanto ciencia, es eminentemente teórica y el que podamos enseñarla no significa que podamos practicarla. Podemos entender cómo funciona la fisiología de un gran deportista sin que podamos hacer eso que alcanzamos a entender. Hay doctores incapaces de dejar de fumar que pueden ayudar a otras personas a dejar de fumar. Eso no es nada asombroso. Casi todos los entrenadores son mucho más débiles y lentos que sus jugadores. Igual que en otras ciencias, saber lo que debemos hacer no nos capacita automáticamente para hacerlo. Pero aunque no hay garantía de conducta exitosa, la lógica es una herramienta muy poderosa que aumenta nuestras probabilidades de éxito. Igual que la medicina deportiva, la lógica tiene una aplicación práctica enorme y ayuda a que las personas interesadas en esas actividades tengan, si no una receta completa de éxito, al menos una mejor oportunidad de evitar errores innecesarios y de incrementar el número y calidad de los aciertos. No hay garantías, ni grandes promesas porque otros factores intervienen cuando una persona quiere mejorar su rendimiento intelectual. Pero al menos la lógica nos ayuda a entender modos de razonamiento que pueden ser extremadamente complicados y como ciencia nos permite apreciar esos fenómenos.
Hay pues una dualidad de la lógica como técnica y teoría, o arte y ciencia. Esa misma dualidad aparece en disciplinas como la computación, la física y la gramática. Buscamos que una persona bien educada integre armoniosamente tanto el arte como la ciencia de la lógica.
¿Cuánta lógica se necesita para una vida mental saludable? Depende de cuál sea nuestra vida mental. La vida mental cotidiana que consiste en interactuar con amigos, familia, escuela y trabajo requiere ciertos mínimos de lógica para conducir un auto, escoger carrera, trabajo o pareja, votar. Pensar bien debería ser natural y una alimentación mental mínima debiera ofrecerse desde la infancia. En la primaria debería haber una enseñanza sistemática de elementos básicos de cómo pensar bien. Esto es la lógica como arte. Son habilidades que deberíamos tener de manera natural, como respirar, caminar o comer. Pero desgraciadamente muchas personas no sabemos respirar, caminar, comer o pensar. Respiramos por la boca y nos enfermamos, caminamos mal y tenemos dolores de espalda, comemos mal y morimos antes de tiempo, pensamos mal y perdemos control sobre nuestra vida.
Hay quienes poseen habilidades lógicas sin instrucción especial. Decimos que son personas “lógicas” aunque nadie les haya enseñó formalmente esta disciplina. Hay gente con talento natural en los deportes. Pero también esas afortunadas personas pueden desarrollar su talento natural mediante un estudio sistemático. Los deportes requieren pulir habilidades especiales y la lógica no se agota en pensar sensatamente a diario. Se puede bailar de manera hermosa sin haber tomado una sola clase; no se puede estar en el Bolshoi sin entrenamiento. Se puede cantar bien sin instrucción, pero no en la Scala.
Por ello hay un segundo tipo de vitaminas, más poderoso: la lógica como ciencia, como saber metódico, sistemático y riguroso. Esto rebasa las habilidades que todos deberíamos tener desde la primaria. Requiere más esfuerzo y no hay esperanzas de obtener tal saber de manera natural. La lógica como ciencia se obtiene mediante entrenamiento especial. Este grado de poderío lógico es útil para dominar mejor el discurso, para entenderlo y manejarlo. No cualquier persona necesita este grado de poder lógico.
Y hay un tercer tipo de vitaminas, para necesidades muy especiales. Para quien quiere competir en las Olimpiadas no le basta cualquier buen suplemento vitamínico. Hay quienes necesitan lógica especializada a la medida de sus necesidades. No es para uso casual sino, por ejemplo, para apoyar la investigación en computación, lingüística, matemáticas, filosofía o derecho.
Una buena educación requiere manejar varias técnicas lógicas básicas. Esas habilidades se montan sobre lo que yo llamo el trípode lógico. Debemos poder distinguir usos de las discusiones y saber escuchar y participar en una discusión. También necesitamos poder construir y analizar un argumento, evaluando las premisas, las fuentes y las inferencias.
El cuerpo humano no puede absorber el hierro proveniente de las verduras a menos que se ingiera al mismo tiempo suficiente vitamina C. Las legumbres carecen de meteonina, un aminoácido que podemos encontrar en los cereales pero éstos a su vez carecen de otros dos: el triptófano y la lisina. Sin los suficientes aminoácidos, los que tenemos no pueden ser utilizados. En el aprendizaje de la lógica también hay nutrientes que deben adquirirse juntos para poder aprovechar a cualquiera de ellos. Son como patas de un trípode: si falta cualquiera de ellas, el trípode cae.
El primer elemento es el que comúnmente enfatizamos: conocimientos lógicos. Incluye conocimientos como “Si de A se sigue B, entonces de la negación de B se sigue la negación de A”.
El segundo
elemento son las habilidades lógicas. Por ejemplo, la habilidad para notar que
si la culpabilidad implicara remordimiento, la falta de remordimiento indicaría
inocencia. Esta habilidad es un correlato práctico del conocimiento del párrafo
anterior.
Desgraciadamente muchos conocimientos no se enlazan con las habilidades correspondientes. Aprendemos en la escuela a obtener raíces cúbicas y memorizamos el Teorema de Pitágoras, pero pocas veces usamos esos conocimientos cuando se necesitan en la vida diaria. Un conocimiento que no desemboca en habilidades fuera del salón de clases queda arrumbado como algo inútil.
La tercera pata del trípode es la actitud. Sin la actitud correcta de aplicar los conocimientos y las habilidades, el trípode se cae. Precisamos un deseo de claridad, una incomodidad frente al misterio, la oscuridad y la confusión. Se necesita una disposición hacia la honestidad intelectual, interés por la verdad, el conocimiento y la comprensión. Un gusto y una pasión por la inteligencia.
Aunque las tres patas del trípode son igualmente indispensables, no son iguales en importancia. Ciertamente, un buen curso de lógica debe sentar una base sólida de conocimientos. Pero aunque eso es necesario, no es suficiente: también hay que producir habilidades. En general, la habilidades son más importantes que el conocimiento. Saber andar en bicicleta, aunque no se pueda explicar a nadie, es mejor que poder explicarlo sin poder hacerlo. Pero la habilidad, aunque necesaria, tampoco es suficiente, pues requiere de la actitud correcta para ser puesta en práctica. La actitud necesaria y suficiente. La actitud tiene como fruto inevitable el conocimiento y la habilidad, no al revés. Por ello lo primero que se debe fomentar es la actitud; en segundo lugar la habilidad que surge de la repetición y la variación, y en tercer lugar, para coronar todo esto, los conocimientos lógicos, que son mucho más fáciles de obtener cuando se tienen la actitud y las habilidades.
Para los maestros nuestras prioridades son claras: motivación, aplicación y explicación, en ese orden. Pero a menudo apenas si explicamos la lógica de la manera más abstracta, no la aplicamos más que a ejemplos amañados y provocamos actitudes de rechazo hacia la lógica. Eso es triste porque los alumnos necesitan la pasión y el amor por la lógica, por lo que ella puede decirles sobre sí mismos. No hay alumno perezoso, ignorante o apático cuando algo le apasiona. La pasión es el camino real hacia la lógica, y sin ella no puede haber verdadero aprendizaje. Una pasión luminosa.
A veces ordenamos afirmando: “No matarás”. Esa frase no está haciendo una predicción (sería tristemente falsa) sino ordenando. ¿Por qué no decir literalmente: “No mates”? Bueno, en lógica somos literales, decimos lo que decimos, ni más ni menos. Mientras menos maneras haya de entender lo que decimos (idealmente sólo una), menos maneras hay de malentendernos. Pero sabemos que fuera de la lógica es común no ser literal. Sabemos que el lenguaje se enriquece con sus usos no literales, con imágenes y metáforas. Y queremos entender el lenguaje para entender nuestro pensamiento y las acciones que dirige.
Una primera habilidad para manejar discusiones y argumentos es distinguir actos de habla. No es lo mismo preguntar que prometer, afirmar que exhortar, ordenar que insultar. Si no entendemos el acto de habla que ejecuta otra persona, no entendemos lo que dice. Preguntarle a alguien si necesita un aumento de sueldo no es prometérselo. Preguntarle si quiere un postre en un restaurante no es ofrecerle el postre sino la oportunidad de comprarlo. Cuando preguntamos a alguien “¿Quieres cerrar la puerta, por favor?” el acto que hacemos es una sugerencia o una orden. A menudo usamos preguntas retóricas para hacer afirmaciones: “¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?” Aunque gramaticalmente sea una pregunta, el acto que con esa frase ejecutó Cicerón el 8 de noviembre de 63 a. C. no fue preguntar sino atacar a Catilina. Cuando Joseph Welch le preguntó a Joseph McCarthy, el 9 de junio de 1954: “¿No tiene, señor, sentido de la decencia?”, el acto no fue una pregunta sino una admonición. En parte esos actos de habla cambiaron la historia porque no son lo que superficialmente parecen ser.
Otra habilidad lógica en una persona educada es saber discutir. Hay que aprender cosas tan sencillas como tomar turnos para hablar y evitar insultos; no confundir pelear o desahogarse con tener una discusión. Hay que saber cooperar y hay que reconocer cuando contraemos compromisos lógicos. E. g., cuando decimos “porque”, “pues”, “entonces”, “ya que”, “por lo tanto”, esas expresiones nos comprometen a dar premisas o a dar conclusiones.
No todas las discusiones son iguales. No es lo mismo una querella que un debate, una discusión crítica que una justificación o defensa. No es lo mismo una discusión para educar que para buscar conocimiento, o para tomar decisiones. Hay quienes dicen: “vamos a discutir este problema” pero lo que quieren es negociar. Cada tipo de discusión tiene sus propias reglas para que sea exitosa. Por ejemplo, si la discusión es para convencer, tratamos de ganar cada punto. Si se trata de descubrir la verdad, entonces se trata de examinar cada punto, no de ganarlo, y la discusión puede ser exitosa aunque terminemos convencidos de algo que no creíamos. Si buscamos clarificar un problema debemos mantenernos en los temas pertinentes y relevantes. Si queremos negociar podemos traer a colación cosas irrelevantes para presionar, confundir o distraer; pero eso ya no es una discusión racional que busca la verdad.
Hay que señalar claramente a todos los participantes tanto el tema a discutir como el objetivo de tener la discusión. Necesitamos saber organizar una discusión y cuándo y cómo terminarla. Un portazo no es una buena manera.
Hay habilidades lógicas que ayudan a entendernos y expresarnos. Un principio importante para escuchar a la otra persona es el llamado “Principio de Caridad”: si lo que tu oponente dice tiene varias interpretaciones, escoge la que más le convenga a ella. De ese modo no gastaremos la pólvora en infiernillos, atacando espantapájaros. ¿Para quién es la caridad? Sobre todo para nosotros mismos, para no conformarnos con una victoria fácil que nos empobrece. Ganar a cualquier precio es fácil: podemos usar falacias, amenazas, manipular. Esas victoria pírricas nos empobrecen. Debemos tener más caridad hacia nosotros mismos y permitirnos la generosidad al interpretar a nuestros oponentes.
Hay que entender el contexto desde el que la otra persona está hablando y cómo afecta eso el contenido de lo que dice. Hay que desarrollar la capacidad de repetir, parafraseando, lo que dice la otra persona: misma idea con distintas palabras. Sirve preguntar continuamente: “¿es esto lo que tú quieres decir, dicho en otras palabras?”.
En una discusión honesta no buscamos aprovecharnos de la ambigüedad. Queremos ser claros. A un político puede convenirle que no se le entienda. Nosotros queremos arriesgarnos a que nos entiendan y a que nos hagan pagar el precio de atrevernos a decir algo. Como cualquier otra ciencia, la lógica es un ejercicio de honestidad intelectual y requiere tener esa actitud.
Como dijimos antes, en lógica tratamos de ser literales y precisos. Sabemos que no se habla así normalmente. Por ello uno de los grandes problemas (o el gran problema) de la lógica es cómo traducir expresiones ambiguas a un lenguaje preciso. Este es un problema en muchas áreas. No nos preocupa leer en una receta que debemos poner una pizca de sal... a menos que tengamos hipertensión. O de azúcar, a menos que seamos diabéticos. En la vida diaria puede haber malentendidos sin consecuencias graves. Pero si somos diabéticos, si tenemos hipertensión, si nuestra salud depende de interpretar bien una receta, o si la lectura que hagamos de un código jurídico puede enviar a alguien a la cárcel o liberarle, más vale decir las cosas claramente.
Entender el discurso de otros requiere identificar el tema, clarificar los términos importantes, disminuir vaguedad. Supongamos que alguien dice “Hablemos de la patria”. ¿Se refiere a nuestro país? ¿Se refiere al concepto de patria? Cuando alguien dice “La democracia es imperfecta”, ¿se refiere a la idea de democracia o a la democracia en que vivimos? No es lo mismo la idea de cristianismo que sus instancias concretas. Es útil distinguir las instancias (la “extensión”) de la idea (la “intensión”) de un concepto. Cuando alguien usa un término necesitamos, aunque parezca trabalenguas, distinguir de qué lo dice de lo que dice. También ayuda a clarificar nuestras ideas manejar los distintos tipos de definición (nominal, real, normativa, descriptiva) y sus reglas. Con todas estas habilidades y algunas otras, podemos pasar a defender o analizar racionalmente nuestras ideas. Es decir, podemos argumentar.
La lógica es en gran medida el estudio del razonamiento, de la argumentación. Por ello la buena educación lógica incluye habilidades para analizar argumentos. Pero antes de pasar al análisis, yo recomiendo a mis alumnos desarrollar sus habilidades para construir argumentos. Es difícil ponernos en los zapatos de quien nos ofrece un argumento sin haber tratado nosotros mismos de hacer uno sobre ese tema. Nada nos hace apreciar tanto un deporte como tratar de jugarlo.
Para construir argumentos nos sirve identificar las características de los buenos temas para argumentar, buenas hipótesis para defender y buenas bases para sustentar nuestras conclusiones. También necesitamos habilidad para dar ejemplos, buscar apoyos, usar contraejemplos y hacer reducciones al absurdo.
Una vez creados los argumentos, su análisis se divide en comprensión y evaluación de lo que dice la otra persona o decimos nosotros. Para comprender un argumento hay que identificar la conclusión y las premisas. Ayuda conocer las partículas con las que indicamos las conclusiones y con las que señalamos los fundamentos. Para pasar en limpio un argumento sirve uniformar las expresiones, tal vez parafraseando, diagramar los argumentos y debates complejos, añadir premisas y conclusiones implícitas, identificar consecuencias teóricas y prácticas que tendría aceptar la conclusión. Eso ayuda a eliminar material innecesario para el análisis lógico como repeticiones, digresiones, ilustraciones y retórica.
Una vez que comprendemos el argumento podemos pasar a evaluarlo. La gente sin educación lógica tendemos a evaluar las conclusiones. La gente bien entrenada en lógica evalúa las premisas, y las inferencias. Las premisas deben ser verdaderas o al menos probables o plausibles. También deben ser pertinentes al tema y mencionar fuentes confiables. Esas fuentes deben ser expertas reconocidas, sin conflicto de intereses y en acuerdo entre ellas. Deben usar procedimientos establecidos y confiables, la mínima inferencia, reportes actualizados, directos, documentados y corroborados, en condiciones adecuadas de observación.
Evaluar las inferencias significa ser capaz de juzgar si la evidencia o premisas aducidas para defender la conclusión son suficientes para obtenerla. Reconocer las más comunes falacias formales, materiales, probabilísticas y estadísticas. Reconocer si el argumento (y evidencia) ofrecido es deductivo, inductivo, abductivo, analógico, probabilístico o estadístico. Reconocer las relaciones entre partes de un argumento: causales, temporales, retóricas, lógicas. Y no confundir verdad y validez.
Parte de nuestra vida depende de nuestras acciones. Buena parte de nuestras acciones siguen a nuestro pensamiento (o falta de él). Gran parte de nuestro pensamiento se articula gracias al lenguaje. Esto significa que un mal manejo del lenguaje dificulta nuestro pensamiento, el cual puede conducir mal nuestras acciones y afectar negativamente a nuestra vida. Manejar bien el lenguaje no significa simplemente hacer frases bellas. Significa poder utilizarlo para procesar información.
Nuestro lenguaje tiene expresiones tan básicas y elementales que las encontramos prácticamente en cualquier discurso sobre cualquier tema. Las expresiones en las que estoy pensando son de dos tipos: conjunciones y negaciones de proposiciones. La ciencia de las conjunciones, las negaciones, y sus infinitas combinaciones como la disyunción inclusiva y la exclusiva, el condicional y la equivalencia material, se llama Cálculo Proposicional.
Este cálculo permite, por ejemplo, demostrar con total certeza infinitas verdades necesarias y eternas. Les llamamos a estas verdades proposicionalmente necesarias “tautologías”. El cálculo permite también detectar contradicciones proposicionales. Quien afirma una, afirma algo proposicionalmente imposible, necesariamente falso. Y permite reconocer contingencias proposicionales, aquellas cuya estructura proposicional no las hace ni verdades necesarias ni falsedades necesarias.
Además del cálculo proposicional, una persona educada debe poder manejar en su idioma la cuantificación de una frase. Esto es llamado Cálculo Cuantificacional. Una manera de manejar estas formas del lenguaje es conocer sus reglas para una argumentación impecable.
Las reglas lógicas deductivas son métodos sencillos pero infalibles de procesar la información que tenemos. Suponiendo que la información es verdadera, hay garantía de nunca llevarnos a una falsedad. Son como las reglas para sumar. Una vez que aprendemos a sumar, ese aspecto queda seguro y nunca más tendremos que preocuparnos con él.
Casi todas las reglas, con todo y sus nombres en latín, son patrones de pensamiento muy comunes. Todos hacemos Modus Ponendo Ponens, aunque no lo llamemos con este nombre. Pero, si todos ya usamos estas reglas, ¿para qué estudiarlas sistemáticamente? Una razón es para distinguirlas de reglas falibles que también usamos.
Hay reglas de tres tipos: (1) Reglas de inferencia proposicional. Ejemplos de ellas son modus ponendo ponens, modus tollendo tollens, modus tollendo ponens, simplificación, transitividad, prueba condicional, reducción al absurdo, dilema constructivo y dilema destructivo. (2) Reglas de equivalencia proposicional que nos permiten decir las cosas de manera distinta, parafraseando. Ejemplos de éstas son conmutación, distributividad, de Morgan, doble negación, asociatividad, contraposición e idempotencia, Y (3) reglas de cuantificación que permiten manejar leyes y ejemplos: generalización e instanciación, tanto universal como existencial.
Hay herramientas lógicas más complicadas. Tiene sentido aprenderlas si queremos desarrollar actividades más sofisticadas, estudios avanzados, o manejar situaciones de gran riesgo. La lógica avanzada no es para todo momento, como no lo son la química ni la música. Es para situaciones en que la claridad, la precisión y el rigor son tan cruciales que justifican un esfuerzo especial.
Los corredores de maratones usan dosis especiales de vitaminas, pero no cualquiera desea o debiera correr una maratón. A quienes están desarrollando una investigación de maestría o doctorado en lógica o en un área como derecho, computación, lingüística, matemáticas o filosofía, les puede servir profundizar en su estudio de la lógica.
En muchas áreas especializadas de la educación es útil una instrucción lógica adicional. Por ejemplo, para una persona interesada en la argumentación jurídica le sirve haber oído sobre las lógicas deónticas. Si su interés es sobre la historia, le sirve revisar las lógicas contrafácticas. A un físico le pueden servir las lógicas cuánticas. A un matemático las intuicionistas. A un computólogo interesado en Inteligencia Artificial le puede ser útil algo de programación lógica. A un ingeniero eléctrico o en computación le sirve conocer de circuitos lógicos o de lógicas borrosas. Un lingüista puede usar teoría de tipos y cuantificadores generales. Un manejador de bases de datos puede usar lógicas no monotónicas. Un filósofo se beneficiará de las lógicas modales y de las lógicas libres de presupuestos existenciales.
Igual que hay muchas ramas y especializaciones en medicina, derecho, ingeniería o matemáticas, hay muchas ramas de la lógica. Les llamamos sistemas lógicos o simplemente “lógicas”, igual que hablamos de varias “ingenierías”. Algunas de estas lógicas son extensiones de la lógica clásica como las lógicas polivalentes, modales y no-monotónicas. Algunas se proponen como rivales para la lógica clásica como las intuicionistas, relevantistas y libres.
Para manejar estos desarrollos se requieren nociones básicas de metalógica tales como consecuencia lógica, uso y mención, lenguaje objeto y metalenguaje, lenguajes y sistemas formales, sintaxis y semántica, validez lógica, teoremicidad y prueba, completud y corrección, independencia, satisfacibilidad, consistencia sintáctica y semántica y decidibilidad.
Se necesita además, para juzgar sobre las extensiones y rivales, tener una opinión razonada sobre cuestiones fundamentales como si la lógica es una disciplina filosófica, una rama de las matemáticas, una ciencia, sobre qué es la lógica, de qué habla, cuáles son los portadores de verdad y otros temas de filosofía de la lógica.
Finalmente, sirve saber un poco de la historia de la lógica para situarnos y eventualmente contribuir al desarrollo de la lógica. Es útil haber oído de algo llamado silogística, algo llamado Principia Mathematica, algo llamado Teorema de Gödel, y saber por qué son importantes para nuestra vida en el siglo XXI, como han influído en la manera en que vivimos hoy, con nuestros autos, bancos, computadoras y lenguaje.
Entonces, ¿para quién la lógica? Para quien desee ser una persona bien educada. Hay una cantidad sustancial de actitudes, habilidades y conocimientos lógicos necesarios para cualquier educación. No tienen que ser a nivel de especialista pero tampoco deben ser triviales. Pero la palabra “educación” es ambigua.
Una persona educada no se distingue tanto por lo que piensa sino por cómo piensa. La lógica, a diferencia de la doctrina, no trata de decirnos qué pensar sino cómo pensar. En este sentido la lógica tiene la neutralidad temática apropiada para ser parte de una definición de persona educada en contraste con meramente instruida. La persona educada además de conocimientos tiene formas de pensar, extender y aplicar esos conocimientos.
Aunque la lógica contiene gran cantidad de conocimientos lógicos, lo importante para nuestra educación es el uso de esos conocimientos. Una persona que puede explicar en detalle el Teorema de Gödel sin duda sabe mucho de lógica. Pero si golpea a sus hijos su educación lógica ha sido deficiente. Un envenenador puede saber mucho de medicina sin tener una educación médica.
La educación lógica es una preparación para una vida buena. Si no se traduce en vidas más felices y menos dañinas, entonces se ha desaprovechado tristemente una gran oportunidad. Esta educación puede darse a cualquiera de los tres niveles que hemos comentado:
El primer nivel son cosas que todo ciudadano debiera dominar antes de permitirle votar. Sin una capacidad mínima de discutir, entender y analizar lo que otros dicen, ¿cómo va a tomar decisiones que nos afectarán a los demás?
El segundo nivel es para profesionistas que usan a la lógica. Sirve en derecho tener una teoría lógica de la argumentación, en computación son cruciales los circuitos lógicos, en lingüística conviene analizar la estructura profunda lógica. Es un instrumento para trabajar su campo de interés.
Finalmente, el tercer nivel es para los enamorados de la lógica, dispuestos a dedicar años de su vida a entender cuáles son las leyes del pensamiento correcto. A esos apasionados no les basta una dosis mínima de vitaminas; necesitan ir por todo el frasco.
[1] Este escrito es un desarrollo de mi ensayo “¿Qué debe saber de lógica una persona educada?” publicado en La Razón Comunicada: Materiales del Taller de Didáctica de la Lógica. Xalapa, Veracruz: Universidad Veracruzana/Universidad de Xalapa/Torres Asociados/TDL, pp. 7-15, 1999. Ese ensayo a su vez surgió con motivo de una presentación del mismo nombre en el Seminario de Pedagogía Universitaria el 2 de junio de 1998.