Cartografía Marina en la Crítica
De La Razón Pura
...esos geógrafos de la razón humana... (B 788)
La Crítica de la Razón Pura (Teórica) tiene, en mi
modesto juicio, dos hilos conductores
totalmente coherentes para Kant: una crítica epistemológica y una empresa
moral. Por un lado
está el indecible disgusto que una persona rigurosa debía sentir ante las locas
fantasías de los
metafísicos de su tiempo (y algunos del nuestro) quienes, con la mano en la cintura,
despliegan
ante los ojos asombrados de sus oyentes las maravillas de algo más allá de toda
experiencia
humana, llenándose la boca con huera palabrería sobre Dios, el alma humana, el
universo entero.
El símbolo de esta raza de metafísicos de ciencia ficción es Swedenborg,
quien visitó el cielo y
platicaba con los ángeles. Sus escritos explican por sí mismos el por qué
las mayores glorias del
buen Swedenborg hayan sido la sátira formidable de Blake en The Marriage of
Heaven and
Hell y su cruel disección en Sueños de un Visionario,
libro que Kant dio a la imprenta con el
esclarecedor subtítulo de "interpretados mediante los sueños de la
metafísica". Los sueños de
Swedenborg son una reductio de las pretensiones de una metafísica
dogmática, empeñada en
sacar de la razón humana más de lo que ésta puede ofrecer.
Pero aunque hay en Kant el saludable intento de limpiar a la metafísica de
"metafísica", su obra
no debe ser interpretada como un ataque a los temas metafísicos mismos. La principal
motivación de la crítica kantiana es una motivación moral: salvar a la fe.
Si esto suena extraño a
oídos ajenos es en parte culpa del propio autor. La desafortunada elección de los
títulos de sus
libros será un buen ejemplo de por qué la gente ha confundido el ataque a la
metafísica
dogmática con un ataque a los temas metafísicos. Kant bautizó a sus dos
más famosas críticas
como "de la razón pura" y "de la razón práctica". Más claro, si
bien menos elegante, hubiera sido
llamarlas "de la razón pura teórica" y "de la razón pura práctica".
Y es importante acentuar que
en ambas Críticas se está hablando de lo mismo si hemos de
precavernos contra el error de
Heine quien creyó que en la primera Crítica Kant había
entrado a saco al cielo y degollado a
Dios, pero que en la segunda lo había piadosamente resucitado.
Es necesario insistir en que la feroz crítica de la metafísica
dogmática (eine Kunst manigfaltiger
metaphysischer Gaukelwerke, B 88), tiene como objeto recuperar para la propia
metafísica una
mayor dignidad. Olvidemos por un momento al Kant que satiriza despiadadamente, en los pocos
momentos literarios de la Crítica de la Razón Pura, a la
filosofia wolfiana, y recordemos al
Kant creyente, religioso, moral.
En el crepúsculo del Siglo XVIII ya no es posible dudar de la orientación
positiva de la cultura
europea. La ciencia experimental invade cada vez más dominios y es necesario impedirle
llegar
hasta el reino sublime de la inmortalidad, la libertad y Dios. Esta no es una empresa
escéptica: es
un esfuerzo desesperado por impedirle al escepticismo asentar sus reales en los temas principales
de la vida espiritual de Kant. Cómo silenciar a la ciencia experimental? Demostrando
que Dios
& Co. están más allá de toda experiencia posible, más
allá de toda posible investigación humana.
Que la ciencia no pueda hablar de Dios: ese es el único camino para que el
escéptico cierre la
boca.
Así, Kant nos explicará primero por qué nadie tiene derecho a
arrogarse conocimiento sobre
tales temas (crítica o delimitación de las capacidades de la razón
independientes de la
experiencia, en su uso teórico) y después nos explicará cómo es
que aun así podemos y debemos
hablar de ellos (crítica o delimitación de las capacidades de la razón
independientes de la
experiencia, en su uso práctico). Creo que la maniobra kantiana es hoy día la
más utilizada.
Cuando el escéptico científico le echa en cara al religioso el carecer de pruebas
para apoyar sus
fantasías, el religioso contraataca haciendo notar que el científico no tiene bases
tampoco para
hablar de tales temas, es decir, que la ciencia no puede demostrar que sean fantasías las
que el
religioso entretiene, (y, añadirá el religioso desde su posición asegurada,
el ser humano necesita
a Dios para su vida moral, pueda demostrarlo o no). Ahora podemos entender la poco elegante
parábola de kant contenida en este curioso pasaje:
Es ya una prueba grande y necesaria de prudencia y de penetración el saber lo que razonablemante se haya de preguntar. pues cuando la pregunta es en sí absurda y exige contestaciones innecesarias, tiene a veces el inconveniente, aparte de avergonzar al que la hace, de conducir al que la oye sin fijarse bien en ella, a contestaciones absurdas y de dar ambos el aspecto ridículo de que uno (como los antiguos decían) ordeña el macho y otro sostiene debajo un jarro. (B 82-83)
Pero no olvidemos que esta feroz crítica epistemológica es fruto de
preocupaciones morales:
Kant ataca a los metafísicos dogmaticos para salvar a la metafísica. Pocas
confesiones en la
historia de la filosofía he encontrado tan conmovedoras como la confesión de
motivos en el
prólogo a la segunda edición:
Ich musste also das Wissen aufheben, umzum Glauben Platz zu bekommen, und der Dogmatismus der Metaphysik d. i. das Vorutheil, in ihr ohne Kritik der reinen Vernunft fortzukommen, ist die wahre Quelle alles der Moralität widerstreitenden Unglaubens. (Tuve pues que anular el saber, para dar lugar a la fe; y el dogmatismo de la metafísica, es decir, el prejuicio de avanzar en ella sin crítica de la razón pura, es la verdadera fuente de todo descreimiento contrario a la moralidad (B XXX)).
La ciencia no deja lugar para Dios y compañía. Entonces
Kant, en un brillante movimiento, le
niega lugar a la ciencia en esos temas. Es bien sabido que Kant pone de cabeza casi toda la
historia de la metafísica con su revolución copernicana. Pero esta
inversión estuvo antecedida
por otra, que la ocasionó: Desde Platón hasta Wolf había existido la
inocente certeza de que
podíamos decir algo, conocer algo del nivel ouránico. De nada sirvieron los
gritos de advertencia
del señor Protágoras. Lo mismo en Tomás que en Descartes o Spinoza la
razón puede decirnos
algo sobre ese reino luminoso. Fue hasta que la razón empezó a husmear
demasiado en ese reino
y la vulnerabilidad de las opiniones dio pábulo para la desconfianza y el escepticismo
que Kant
tuvo que renunciar al conocimento de tan sublimes temas. Tan violenta expulsión del
paraíso
exigía una explicación y las 884 páginas de la Crítica
fueron esa explicación.
En otro de los momentos literarios de la Crítica (B 294-5), se compara a
la analítica
trascendental con la delimitación de una "Land der Wahrheit" (Tierra de la
verdad) y a la
dialéctica trascendental con la delimitación de un "Ocean des
Scheins" (Océano de la
apariencia). Y guay de quien se aventure en ese proceloso mar donde los bancos de hielo y los
negros nubarrones prometen falsos territorios: su empresa jamás será coronada
con el éxito. Ya
Kant ha visto que el paraiso noumenal incognoscible está ferreamente custodiado por el
ángel de
la naturaleza: "Dieses Land aber ist eine Insel und durch die Natur selbst in
unveränderliche
Grenzen eingeschlossen"(Sin embargo, esta tierra es una isla encerrada en límites
inalterables
por la naturaleza misma). Por supuesto, la palabra clave aquí es "inalterables". Y para
que mejor
se vea que no hemos de franquear los límites de nuestra propia naturaleza por
más que lo
intentemos, el buen Herr Kant tiene la amabilidad de invitarnos a un tour por ese océano
de
ilusiones: en cada banco de niebla, incluso aquellos que no se pueden disipar, Kant se detiene y
nos muestra que no hay tal tierra firme y que un conocimiento de algo más allá
del continente de
la experiencia es, literalmante, isla Utopía. Aceptemos la invitación.
Acompañemos a Kant en su
exploración cartográfica marina, según el símil que él
mismo escogió. Reconozcamos el
territorio y averiguemos si algo podemos conocer de los temas sublimes: alma humana, mundo,
Dios.
Al hacernos a la mar en la barca de la dialéctica trascendental lo primero que
notamos en la
lejanía son tres curiosos archipiélagos: el primero formado aparentemente por las
cuatro islas
paralogísticas (Herr Kant se disculpa por la terminología atroz (B 402) y por ese
estilo que
Nietzsche alguna vez calificó de "so umständlich, ehrwürdig und mit
einem solche Aufwande von
deutschen Tief- und Schnörkelsinne", "tan intrincado, solemne, y con tal despliegue
del sentido
alemán de la profundidad y el retruécano").
Las islas paralogísticas son, dicho en cristiano, nuestros supuestos conocimientos
sobre el alma
humana, que para Kant es sinónima de "Yo pensante" (Ich, als denkend, bin ein
Gegenstand des
inneren Sinnes und heisse Seele (B 400)). Es decir, que no hablamos del cuerpo, objeto
del
sentido externo (äusserer Sinne). Kant es un hombre del siglo XVIII y, como
tal, considera la
confusión entre yo pensante y yo corporal una grosera confusión. En las
páginas finales de la
obra (Historia de la Razón Pura) el método crítico nos
será presentado ccmo una superación
tanto del sensualismo epicúreo como del intelectualismo platónico. Pero la
distinción entre alma
y cuerpo nunca es realmente cuestionada en el pensamiento kantiano.
Las islas paralogísticas son cuatro (número atractivo a Kant) y colocadas en
forma de rombo.
Nuestro mapa registra al norte la isla de la sustancialidad. Su suelo es la creencia de que el alma
es substancia. Qué tan firme es este suelo? Al navegante francés Descartes le
pareció muy sólido,
tanto que proyectó asentar sobre ella el barroco edificio del racionalismo, el cual,
apoyado sobre
el reconocimiento de sí mismo, debía remontarse hasta la mismísima
existencia del buen Dios.
Pero Kant no tiene la confianza del marino francés. Baja la sonda y Oh, sorpresa! la
sonda se
hunde. Para que algo sea substancia debe ser un objeto empírico y todos coinciden en
que el
alma no es algo empírico, o no? Es verdad que siempre que pienso algo debo estar yo;
hasta aquí
exploró el francés. Pero qué cosa sea ese yo más allá de
los pensamientos eso nadie lo sabe;
aunque el yo pensante es una condición necesaria del pensamiento ello no tiene por
qué hacerlo
una condición necesariamente sustancial. Isla falsa.
Al oeste se encuentra la isla de la simplicidad; ya que el acto pensante siempre es simple, el
yo
que lo efectúa también deber ser simple. Pero nuestro marino alemán
repara en que aunque el
acto tenga cierta propiedad quien lo ejecuta no necesariamente la tiene. Otro banco de niebla
pneumática. Hacia el este se yerge la isla de la unidad. El sujeto pensante se sabe
idéntico a sí
mismo a traves del tiempo, es decir, se sabe persona. Pero Kant nota que nuevamente tratamos
de aplicar una categoría (la de la unidad) a algo a lo que no puede aplicársele,
por no ser objeto
de experiencia. Hemos confundido al yo trascendental con un objeto.
Finalmente, navegando hacia el sur encontramos la aparente isla del comercio con el
exterior.
Aquí está la afirmación de que el yo que percibe es algo menos dudoso
que los objetos
percibidos. Este es el país de los solipsistas que aceptan la certeza del yo pensante pero
niegan
esa misma certeza a los objetos del pensamiento. Pero de nuevo la sonda kantiana no toca fondo.
Qué es esa palabrería de un yo pensante sin objetos pensados? Pensar es pensar
algo, y, como
después ha de enfatizar Hegel, hablar de una conciencia sin objetos es simple sinsentido.
Tristes abandonamos las islas del alma. Seguimos sin poder decir cosas tan atractivas como:
que
somos inmateriales, incorruptibles (por ser sustancias simples), personas espirituales y
ánimas
inmortales. Pero nuestro guía Kant no está triste al renunciar a tan bellos
conocimientos. Una
sonrisa jugetea por sus labios. Las islas no serán para él, pero tampoco para
ningún escéptico
inmoral. Como guía, Kant no persigue hacernos desembarcar en esas islas sino evitar
tanto el
entusiasmo-Escila de Locke como el escepticismo-Caribdis de Hume (B 128). (En los
Prolegomena a toda metafísica futura, Kant escribe que Hume
"atracó su nave en la tierra del
escepticismo, mientras que mi objetivo es proveerla de un timonel que, por medio de principios
seguros de navegación tomados de un conocimiento del globo y con un compás y
un mapa
completo, pueda dirigir la nave".)
Tiene razón Kant en su análisis, aquí caricaturizado? Cuando
recuerdo que ayer fui al cine, soy
el mismo recordando una acción pasada propia? Soy otro que, por artificios de la
memoria y el
lenguaje se cree uno con su antecesor temporal? Algunas de estas islas merecen más
larga
exploración, pero es posible que nuestro explorador no haya estado completamante
equivocado
al borrarlas del mapa del conocimiento humano posible. En tal caso su más importante
lección
bien podría resumirse en el famoso aforismo 7 de Wittgenstein: Wovon man nicht
sprechen
kann, darüber muß man schweigen (De lo que no se puede hablar, debemos
callarnos).
Nuestra cartografía aún no está completa. Frente a nosotros aparece
el archipiélago de las
antinomias, una formación de islas dispuestas en pares agrupados de norte a sur. Lo
peculiar de
estas islas es el hecho de que si una está formada por un valle entre dos montañas,
su pareja se
forma por una montaña entre dos valles, es decir, cada una es la imagen en negativo de la
otra.
Con viento de levante, podemos reconocer a sotavento la isla tesis de que el universo es
finito
tanto en tiempo como en espacio. En cambio a barlovento se encuentra la isla-antítesis
de que el
universo es infinito, tanto en tiempo como en espacio. Más al sur se encuentra la
isla-tesis de que
el universo se resuelve en partes simples y su compañera, la isla-antítesis de que
no existen parte
simples. Siguen las islas que sostienen que hay libertad y que no la hay, y, en la región
menos
septentrional de este archipiélago, se encuentran la isla-tesis de que existe una causa
necesaria
del universo y la isla-antítesis de que no.
Cuando enfrentamos estas "islas" a la implacable sonda kantiana descubrimos lo que ya
temíamos: no son tales. Su verdadera naturaleza es la de bancos de hielo. Si bien no
podemos
hacerles desaparecer de nuestra vista, no por ello dejan de ser quimeras, falsas promesas de
seguridad sin substancia real alguna. Todas ellas comparten el pecado vergonzante de un salto
que va del conocimiento de lo condicionado a lo incondicionado; en este salto mortal la certeza
se pierde. No son pues islas fenomenales, sino tristes bancos de niebla y hielo noumenal... y de
los noúmenos los seres humanos no podemos decir nada, pues lo noumenal es lo que, por
definición, desborda nuestra experiencia posible.
Nos acercamos finalmente a la gran isla del sur, nuestra australia. Es la isla ideal, es el
conocimento de que Dios existe. Sabemos que Dios es la totalidad de toda posibilidad, causa
originaria, ser supremo e incondicionado. Pero, sabemos si tan alto ser existe? Cuidado, porque
una respuesta afirmativa deja a Dios a merced a merced del escéptico. Urge la sonda
kantiana.
Tres bases sustentan esta isla: El priber estrato geológico fue "encontrado" en el
siglo XI por un
monje de Bec. Su reporte oficial, escrito en vista de "que este descubrimento podría
interesar a
los otros" (como dice Eadmero), fue en estos términos: certe id quo maius cogitari
nequit, non
potest esse in solo intellectu. Si enim vel in solo intellectu est, potest cogitari esse in re, quod
maius est (aquello tal que nada mayor puede ser pensado, no puede existir tan solo en el
intelecto. Si existiera tan sólo en el intelecto, podria pensarse como realmente existente,
lo cual
es mayor). Desgraciadamete cierto navegante Gaunilo K., monje de Marmoutier, le
corrigió
inmediatamente la plana al de Bec. La isla había sido explorada demasiado a la ligera.
No era
Australia; su verdadero nombre era "Perdida".
Aiunt quidem alicubi oceani esse insulam, quam ex difficultate vel potius impossibilitate inveniendi quod non est, cognominant aliqui "perditam", quamque fabulantur multo amplius quam de fortunatis insulis fertur, divitiarum deliciarumque onnium inæstimabibli ubertate pollere, nulloque possessore aut habitatore universis aliis quas incolunt homines terris possidendorum redundantia usquequaque praestare. (Se afirma que en una parte del océano existe una isla llamada Perdida, a causa de la dificultad, mejor dicho, imposibilidad de encontrar lo que no existe. Se le atribuyen riquezas y delicias incalculables, en mayor abudancia aun que a las islas Afortunadas, y se añade que, libre de habitantes, excede en productos a todas las tierras habitadas por los hombres.)
Kant conoce la isla Perdida, y su primer estrato es más endeble de lo que
pareció a muchos
durante siglos. Yo sé que cien Perdidas existen en mi bolsillo si la madre experiencia las
incluye
en su cartografía. Si no, cien Perdidas existentes en mi bolsillo desafortunadamente no
existen.
Dos siglos después que el de Bec, llegó otro monje, proveniente de Aquino.
Descontento con su
antecesor,este monje navegante consideraba que de la pura idea que tenemos en nuestra mente
no podemos sacar la existencia de Dios. Pero, siguiendo un viejo mapa griego, creyó
encontrar
otros dos estratos con que apuntalar la isla. En primer lugar, considerando el mundo exterior
notaremos que necesita a Dios como causa que lo explique. En segundo lugar, tantas cosas
contrarias, diversas y disonantes en la naturaleza convienen casi siempre todas en un orden final
que Oportet ergo esse aliquem cuius providentia mundus gubernetur. Et hunc dicimus
Deum
(Conviene, por tanto, que haya algo cuya providencia gobierne al mundo. Y a esto llamamos
Dios.). Tales son los dos estratos geológicos restantes que la sonda kantiana ha de revelar
como
fantasías. El segundo resulta poco firme pues las únicas cosas que necesitan una
causa son los
cambios pero éstos sólo acontecen en el tiempo, es decir, en la experiencia. Decir
que algo más
allá de la experiencia es causa, es una aplicación incorrecta de tal
categoría.
Al último estrato, Kant lo trata respetuosamente. La prueba
teleológica le merece los
calificativos de der älteste, klarste und der gemeinen Menschvernunft am meisten
angemessene
(el más antiguo, claro y apropiado a la razón común humana). No hay
duda de que a Kant le
gusta el argumento. Dieser Beweis verdient jederzeit mit Achtung gennant zu
werden (B 651)
(Esta prueba merece siempre ser considerada con respeto). Pero, simpatías o no, Kant es
implacable. Aun aceptando una finalidad en el mundo, cómo sabemos que para tenerla
ésta
necesita una causa? El tercer estrato colapsa en el segundo. Y el segundo a su vez colapsa en el
primero, ya desechado.
Hasta aquí con la cartografía marina. En Los últimos,
días de Kant, Thomas de Quincey
menciona dos rasgos interesantes del hombre Kant: Por un lado era un notable geógrafo
teórico.
Poseía una cantidad asombrosa de conocimentos sobre la materia ("violín de
Ingres" que otros
filósofos han compartido: por ejemplo, en su último libro Quine principia
hablando de ontología
y culmina con el Atlas del Times). Por otro lado, como aventurero parece que
Kant era un
cobarde absoluto, al grado de desfallecer ante la idea de salir de día de campo fuera de
Königsberg.
Como pensador, Kant concibió este doble proyecto: saber que había
"ahí afuera", conocer el
mundo del conocimiento como la palma de su mano, pero no salir jamás de su
Königsberg, Land
der Wahrheit.
Raymundo Morado
a.d. XIII Kal. Apr. MCMLXXXIV